Buenas tardes director de la Escuela de Arte, profesores, administrativos, familiares, compañeros y amigos. Gracias a todos por estar aquí, agradezco especialmente a mis compañeros por haberme escogido y dado el Premio Carácter 2017 y poder tener entonces la oportunidad de compartir estas palabras.
Durante los últimos meses he releído algunos textos que revisamos durante los primeros años de carrera y que hablan acerca de las primeras pinturas rupestres que se han encontrado hasta ahora. Hoy frente a estos me he preguntado cuáles podrían ser esas primeras imágenes que guarda cada uno de nosotros en relación a eso que cada cual llama arte.
Yo recuerdo las manos de mi abuela después de trabajar con porcelana, o los surcos de las palmas de sus manos después de trabajar con tierra. Recuerdo el roce de uno de los palillos con que tejía mi madre mientras yo me acurrucaba a su brazo cada noche. Recuerdo un olor intenso en una de las piezas de la casa donde se alojó mi infancia, cuando en ese entonces ni el óleo ni la trementina tenían nombre. También me recuerdo a mí, con algo así como unos cinco años, martillando un puñado de clavos en un retazo de madera cualquiera, o tratando de entender por qué la mesa de una pata que construí no se sostenía. Pareciera tratarse de algo así como una necesidad por estar constantemente divagando, ideando o haciendo algo, de una inquietud por volcarse hacia las imágenes, hacia las formas, hacia las palabras, hacia las cosas.
Me gustaría recordar precisamente quién, pero hubo alguien de esta escuela que en alguno de los primeros días de clases nos habló acerca de la importancia de la obsesión en un artista. Durante estos años entre algunos de nosotros hemos podido compartir y a veces hasta confesarnos esos objetos e ideas de las que no podemos apartarnos. Quizás sea esa – la obsesión-, una de las constantes que hoy compartimos como artistas y que nos impulsan a hacer y a deshacer, a enfrentarnos al permanente ensayo y error, a replantearnos el pasado y proponer nuevas formas. O tal vez se trate de algo más que eso, y sea como una obsesión por hallar y producir sentido, como me lo manifestó tiempo atrás una profesora de la escuela.
“Aprender a ver de nuevo el cuerpo, el mundo, al otro” decía Merleau-Ponty. Hace unas semanas atrás cuando escuché esto, pensé en que hoy quería compartirlo con ustedes porque creo que en gran parte de eso se ha tratado de estudiar arte. De hacer un retrato de sí mismo frente a un espejo, pero sin mirar lo que se dibuja, como nos proponía la artista Natalia Babarovic, y así poder entender que el dibujo puede ser todo eso que alguna vez creímos incorrecto. Estudiar arte se ha tratado de desmenuzar material y conceptualmente cualquier pedazo de realidad con tal de diferenciar “esto de esto otro” como decía Ignacio Gumucio, para entonces aprender a hablar con imágenes. Estudiar arte ha consistido en entender la importancia de un otro, como cada clase Ramón Castillo se lo plantea a sus alumnos: la importancia de la singularidad de cada quien y del microrrelato frente a las grandes historias.
En mi experiencia el arte me ha permitido dar voz a lo que antes estaba en silencio, rearmar historias familiares, redescubrirse en la escritura, entre otras cosas. Quisiera detenerme en esto porque creo que gran parte de mis intereses y los de algunos de quienes estamos hoy aquí, se vieron guiados en más de algún momento por Bernardita Croxatto, artista y docente de esta escuela, a quien agradezco profundamente por trabajar en pos de una reivindicación de la sensibilidad. Por hacernos entender la complejidad del cuerpo como campo discursivo y la infinitud de formas de hacerlo aparecer. Y por sobre todo, por educar acogiendo las ideas de cada uno de nosotros y guiarnos según éstas, por impulsar el desarrollo y el proceso de nuestros intereses más que atender a los resultados.
Hoy, meses después de haber egresado, me encuentro pensando acerca de las posibilidades y tareas que tenemos o queremos como artistas, cuestionando el espacio que se le ha dado al intelecto y a la racionalidad como modus operandi, y entendiendo el arte como uno de los pocos espacios que hoy permiten el desarrollo de la subjetividad y la sensibilidad de cada una de nuestras voces.